EN EL PRINCIPIO ERA EL VERBO… ANÁLISIS SIMBÓLICO DE LA LENGUA Y EL LENGUAJE

EN EL PRINCIPIO ERA EL VERBO… ANÁLISIS SIMBÓLICO DE LA LENGUA Y EL LENGUAJE

 

Por Mariana Lizeth Duque Lara

Por Mariana Lizeth Duque Lara

Cuando era niña soñé que se me desprendía la lengua. Estaba con dos familiares que jugaban a colocar y descolocar su lengua de lugar. Despreocupadamente me decían que hiciera lo mismo. Yo me sacaba el órgano de la oralidad, pero, a diferencia de ellos, yo ya no era capaz de volver a ponerlo en su sitio. El sueño me significó tanto que se volvió recurrente y, noche tras noche, era victima de gimoteos y espasmos nocturnos, pesadillas constantes donde me quedaba completamente muda.

En el presente trabajo, propongo una revisión del tema de la lengua y el lenguaje como símbolo a partir de lo propuesto por Carl G. Jung en El hombre y sus símbolos (1995) y de las bases de Jean Chevalier provenientes de su Diccionario de símbolos (1986). Esto, pensando en encontrar una suerte de significado onírico esencial a ambos símbolos, para percibir las motivaciones de su ausencia como forma pesadillezca, pues, aunque el narrado anteriormente sea un sueño individual, las motivaciones de las percepciones que remiten a episodios de ansiedad, parecen ser de carácter compartido en la socialización. No es gratuito el encontrar pacientes con baja autoestima por un desempeño distinto del órgano lingual, como personas con laceraciones en el frenillo lingual por la búsqueda de una movilidad más libre. Esto, sin mencionar los estados anímicos de personas con afasia.

“En el principio era el verbo, y el verbo estaba en Dios, y el verbo era Dios” (San Juan 1:1 de la vulgata latina) Desde las tradiciones más antiguas, la palabra tiene un posicionamiento divino, el lenguaje es medio de creación, sin el verbo Dios no puede ser ente creador, la discusión del origen lenguaje y pensamiento ya había sido evocada por el ser divino magnánimo, él mismo es palabra antes de ser.

En la palabra encontramos la paradoja y el principio creador de la cultura universal. Es por la diferencia de lenguaje que nos encontramos y nos distanciamos del otro. Esas diferencias escalonadas que podemos notar o dejar de percibir, nos distinguen como seres humanos. Sin embargo, nos mantienen conectados por una forma mucho más esencial, primigenia, lo simbólico.

Para Jung (1995), todos los seres nos distinguimos por medio de la identidad psíquica, en ella radican nuestras conceptualizaciones más relevantes, en un marco que encierra percepciones puramente individuales que no son comparables con ninguna otra conciencia. No obstante, dentro de este margen de conceptos, nos encontramos con nociones que podemos llegar a enlazar con el otro, figuras y entendimientos compartidos y que tienen injerencia en la forma en que interactuamos con la realidad. A estas nociones Jung las denomina “participaciones místicas”, porque estas relaciones se forjan a partir de un razonamiento primitivo al que todos tenemos acceso.

La participación mística tiene lugar en el plano inconsciente de la mente y responde a una consciencia instintiva con la que los humanos han perdido contacto. Se trata de elementos psíquicos que han sobrevivido desde edades lejanas, pensamientos que expresan formas primigenias de la mente, concepciones surgidas de una interacción más natural del hombre con su entorno, con la naturaleza, con los sentidos y con el mundo. Estos elementos tienen una carga de energía psíquica por estar inscritos dentro del lenguaje onírico, nos vemos forzados a ponerles atención pues se emplean de una forma distinta a la que se refieren de manera cotidiana. Por este motivo sabemos que no son individuales. En palabras de Jung son “formas mentales cuya presencia no puede explicarse con nada de la propia vida del individuo y que parecen formas aborígenes, innatas y heredadas por la mente humana.” (Jung, 1995, p. 67)

Estas formas mentales son denominadas arquetipos o imágenes primordiales. Tienen la tendencia a formar representaciones de un motivo (Jung, 1995, p. 67), se revelan por medio de imágenes simbólicas (Jung, 1995, p. 69), están en constante cambio, no son modelos estáticos y por ese factor dinámico es que se manifiestan de manera impulsiva y se relacionan con los instintos (Jung, 1995, p. 75), poseen su historia individual capaz de crear mitos, religiones y filosofías, y pueden llegar a caracterizar a naciones enteras y a épocas de la historia (Jung, 1995, p. 79).

Es en ese sentido en el que se vuelve necesario remitirnos al símbolo a partir del sueño. Dentro del sueño narrado anteriormente, podemos destacar dos símbolos relevantes: La pérdida del órgano, la lengua, y la pérdida de la capacidad comunicativa por medio de la ausencia del lenguaje oral. Para Chevalier (1986, p. 636), la lengua lleva consigo la carga semántica de la llama, la capacidad de la destrucción o purificación, creación y aniquilación, poder sin límite, puede ser justa o perversa, arrogante, mentirosa y malvada.

Es el órgano de la palabra, “creadora del verbo” (Chevalier, 1986, p. 636). Es principio de sociabilidad, por lo tanto, cobra una suprema importancia. El control de la lengua se convierte en el alcance de la madurez para algunas culturas. Separa lo bueno de lo malo, pues es el órgano del discernimiento por el sentido del gusto. Descansa en ella el arte del sonido.

Por su parte, el lenguaje esta inscrito en valores simbólicos: “imágenes, ideas, emociones, sonoridades, grafismos, etc., todo lo que expresa, pero también en cierta medida lo que no expresa (Chevalier, 1986, p. 636). El lenguaje es medio de comunicación, oración, invocación, conexión con lo divino.

La palabra pérdida evoca a la ausencia de la lengua, se convierten una en sinónimo de la otra, sin el órgano hay ausencia de palabra.

En este sentido, podemos percibir una fuerte relación de la lengua y el lenguaje con el poder y con la existencia. Donde el verbo hizo a dios a su imagen y semejanza, aquel sin verbo, ¿es? En la ausencia del sonido se forja la diferencia con el otro. El sentido puro de humano radica en la familiaridad con el ente divino, de otro modo, cada diferencia lo sitúa como otra forma de criatura, una diferente de la raza humana, una más y más animal.

En el sueño, podemos observar la captación de la diferencia con el otro a diferentes niveles, primeramente, el de la madurez. Aquellos entes mucho más maduros pueden colocar y descolocar el órgano a placer, existe en ellos una posibilidad de manipulación que el infante no posee. Así que la relación con la lengua indica un crecimiento, una inteligencia. El desconocimiento del funcionamiento de la lengua la vuelve muda.

Por otro lado, existe una captación de aislamiento. Finalmente, ella es la única que se queda sin lengua, los otros dos continúan con sus actividades luego de que ella se descoloque el órgano, lo que también implica un sentimiento de soledad, proveniente del entendimiento del lenguaje como forma de conexión. Se pierde la posibilidad de entrar en contacto con el otro.

En conclusión, podemos afirmar una relación entre la participación mística y la concepción de la realidad a partir de la captación de lo simbólico por medio de los sueños. La lengua y el lenguaje, en su sentido más estricto, formulan una sensación de poder, de control, de voluntad, cuya ausencia repercute en el individuo en diferentes niveles, pero más afectivo en la socialización.

A su vez, la pérdida de lengua o lenguaje crea una diferencia en la recepción del entendimiento del ser humano, se difiere de la percepción del ser pues a nivel cosmogónico la ausencia del verbo nos distingue de la configuración de lo divino.

Referencias:

Chevalier, J. (1986). Diccionario de los símbolos. Herder.

Jung, C. G. (1995). El hombre y sus símbolos. Paidós.

Diplomado en Psicología Clínica

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