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Inteligencia y moralidad

 

Por Axel Manuel Ruiz Mendoza

 

Por Axel Manuel Ruiz Mendoza

En palabras de Jean Piaget, la inteligencia “Es la forma de adaptación mental más desarrollada, es decir, un instrumento indispensable de interacción entre el sujeto y el universo cuando la escala de dicha interacción va más allá del contacto momentánea e inmediata para lograr relaciones estables y de largo alcance”. [1] Para este autor, el fin de la inteligencia es la inteligencia misma, comparando nuestra capacidad cognitiva a nuestras capacidades sensoriales y motoras.

En cuanto a Moralidad, Ellemers et al postulan que las guías morales pueden inducir a individuos a realizar comportamientos que no tienen un uso instrumental claro o sin valor directo para estos, por ejemplo, al mostrar empatía, magnanimidad o altruismo hacia otros. Al igual que las reglas morales, y sus sanciones para lo que las transgredan, pueden ser usados por individuos viviendo en comunidad para evitar comportamiento egoísta y prevenir actitudes como mentir, hacer trampa o robarles a otros. Mientras que se acepta un origen biológico claro en el comportamiento animal, la versión humana de la moralidad suele explorar conceptos como “el bien común” u otros entes filosóficos abstractos.

DESARROLLO: INTELIGENCIA MORAL O LA INTELIGENCIA DENTRO DE LA MORAL

Ambas definiciones de inteligencia y moral proponen que la inteligencia como tal es consecuencia de la necesidad de una interacción más profunda entre los miembros de una comunidad con el fin de mantener el estado de orden, recompensar los comportamientos benéficos para esta y castigar los que no. Una propuesta razonable, viendo que muchas de nuestras adaptaciones como especie provienen de esta presunción, tales como el lenguaje o la identificación de expresiones faciales y lenguaje corporal.

Sin embargo, si bien ambas vienen en función de las relaciones con la comunidad de la misma especie en materia de supervivencia, puede discutirse que esa función ha sido cumplida desde hace ya mucho tiempo, lo cual ruega la pregunta: ¿Por qué conservamos ambas capacidades?; Más aún, ruega una pregunta más profunda, ¿Cuál es la relación entre ambas?

Propongo entonces que la moralidad es una función directa de la inteligencia y que nosotros, como humanos, estamos naturalmente inclinados a admirar dicha conducta entre nosotros y considerar lo contrario como aberrante. No por nada podemos observar a una persona tradicionalmente lista o académica como un completo cretino (en el sentido intelectual) al verlo realizar actos de cuestionable moralidad. Y del lado contrario tendemos a respetar a un individuo no ilustrado de la misma manera que si lo fuera por el simple hecho de tener un carácter moral muy alto.

“…las convicciones morales se consideran mandatos convincentes que indican lo que todos “deben” o “deberían” hacer. Esto tiene importantes implicaciones sociales, ya que la gente también espera que otros sigan estas pautas de comportamiento. Se sienten afectados emocionalmente y angustiados cuando resulta que este no es el caso…” [2]

Puede ser que este respeto inherente que se tiene a la moralidad es por la rareza de la misma. En la propia naturaleza, la crueldad es ley, o más bien la clara indiferencia a la existencia de este término entre los animales. Hay calidez y crianza, definitivamente, pero no moralidad. “…no existe ningún valor moral inherente en acciones específicas o muestras abiertas, por ejemplo, de empatía o ayuda. En cambio, los mismos comportamientos pueden adquirir diferentes significados morales, dependiendo del contexto social en el que se muestran y de las relaciones entre los actores y objetivos involucrados en este contexto.” [2]

Entonces, pues, que la moralidad es admirada naturalmente por nosotros, incluso por autores como Marco Aurelio, un emperador de una nación que se expande mediante guerra exclusivamente admite que la moralidad es una facultad necesaria.

“Sólo que hagas lo correcto. El resto no importa.

Frío o cálido.

Cansado o bien descansado.

Despreciado u honrado.

Morir… u ocupado con otras tareas.

Porque morir también es una de nuestras tareas en la vida. Allí también: “hacer lo que hay que hacer”.[3]

Tal vez no es que la inteligencia y la moralidad estén conectadas directamente, pero es probable que la inteligencia permita una apreciación objetiva de esta y de sus beneficios en la sociedad, incluso en contextos brutales, como fueron el imperio romano, los imperios colonialistas e incluso en la modernidad.

CONCLUSIÓN

El valor objetivo de la moralidad puede ser observado en los casos más particulares. Puede haber criminales ignorantes que decidan cambiar cómo hacen las cosas; o incluso académicos ilustres que aboguen por mejores derechos para sus congéneres. La moralidad como función de la inteligencia parece correlacionarse directamente con la capacidad de detectar defectos en el ambiente que existen en detrimento a la especie y querer cambiarlos o eliminarlos.

Aunque también, como la introducción propone con la inteligencia, el objeto de la moralidad puede ser la moralidad misma. Aunque esta tenga un propósito práctico, la moralidad, como cualquier otro comportamiento espontáneo, puede ser por pura recreación. Visto también desde un punto de vista filosófico, la moralidad como principio es una manifestación propia de la humanidad, un ser inteligente no aplica la moralidad porque sea conveniente o práctica, puede ser que mientras más inteligente el individuo, el uso de moralidad como principio sea más a pesar de que sea inconveniente. En palabras de David Hume:

“Las reglas de la moralidad no son la conclusión de nuestra razón. El cielo y el infierno suponen dos especies distintas de hombres, los buenos y los malos. Pero la mayor parte de la humanidad flota entre el vicio y la virtud. Odiar, amar, pensar, sentir, ver; todo esto no es más que percibir”.[4]

 

BIBLIOGRAFÍA

  1. Piaget, Jean. La Psicología de la Inteligencia. 1947
  2. Ellemers, Naomi. The Psychology of Morality: A Review and Analysis of Empirical Studies Published From 1940 Through 2017. Pers Soc Psychol Rev. 2019 Nov; 23(4): 332-366
  3. Meditaciones de Marco Aurelio
  4. Tratado de la Naturaleza Humana de David Hume.

Diplomado en terapia de lenguaje

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