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Víctimas menores

Por Álvarez Hernández María de Lourdes

 

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Por Álvarez Hernández María de Lourdes

Me parece de suma importancia brindar un espacio a este tema, ya que me parece que a muchos nos da temor hablar de los niños que son víctimas del delito o de una catástrofe, por el simple hecho de ser menores de edad, nos cuesta trabajo hablar de ello.

Como he mencionado anteriormente, mi trabajo consiste en brindar atención psicológica a víctimas, principalmente del delito de secuestro, sin embargo, atendemos a personas que hayan pasado por cualquier otro evento de esta índole. Por lo tanto hemos recibido también a menores.

Cuento con un equipo de trabajo que está conformado por cuatro psicólogos, que es a quienes debo asignarle los caso conforme van surgiendo, tomando en cuenta las características de cada caso. Sin embargo cuando se trata de menores de edad, me parece que genera nostalgia, ya que en algún momento, preguntan ¿Por qué un niño es la víctima?, a lo que respondo, que desafortunadamente no depende de nosotros esta situación, solo nos corresponder acompañar a este niño y a sus papás para su pronta recuperación.

Para poder llevar a cabo este acompañamiento, es necesario realizar una entrevista y conocer las características del caso, lo cual es compartido por los padres, posteriormente entregamos un formato en donde autorizan que el menor sea entrevistado por el personal especializado y así poder iniciar el proceso terapéutico, para este punto ya se debió explicar de qué trata el acompañamiento y responder dudas que surjan antes de comenzar. Es importante que existan diferentes tipos de intervención según el tipo de caso y datos del niño que se obtienen mediante la entrevista y la evaluación. El tratamiento se diseña teniendo en cuenta, si se llevara a cabo de forma individual, grupal o familiar.

Derivado de lo anterior me parece importante que como adultos responsables nos sensibilicemos ante la misma necesidad del menor para recibir ayuda después de un evento traumático como lo puede ser el secuestro, abuso o violencia sexual, violencia doméstica, por mencionar algunas.

Podemos distinguir consecuencias a corto y largo plazo. Adima (1993) indica que a largo plazo, la violencia determina una presencia significativa de los trastornos disociativos de la personalidad.

Cabe mencionar que no todos los niños manifiestan el mismo grado de afectación, para algunos, el evento (como los antes mencionados) puede significar un trauma y para otros las consecuencias y/o secuelas pueden ser diferentes. En ocasiones puede pasar que el grado de sufrimiento no esté relacionado con el evento o en proporción con el suceso en el que el niño ha estado involucrado.

Por tal razón la importancia de la psicoterapia en menores de edad, posterior a un suceso de esta magnitud. He sido testigo que cuando un niño es liberado después de haber permanecido varios días en cautiverio, llega a casa feliz de ver a sus padres, sin embargo cuando empezamos con el tratamiento, lo que les preocupa es no mostrar sus emocionas ya que su padres se ponen mal de verlo triste, por lo tanto prefiere que no se les comente como esta, o bien me ha tocado que los niños me digan “mejor atiende a mi mamá porque está muy triste y dile que yo estoy bien”, lo cual me lleva a darme cuenta que en ocasiones como padres, se hunden en su propio dolor y no observan cómo está llevando la situación el niño.

También es importante reconocer, como lo menciona Arrubarrena (1996) y Cantón y cortés (2000), los niños suelen expresar manifestaciones negativas a través de la confusión, tristeza, irritabilidad, ansiedad, miedo, impotencia, culpa, auto reproche, vergüenza, dificultad en relacionarse con otros niños, baja autoestima, por mencionar algunos; que son señales a las que debemos hacer caso y referir al psicoterapeuta.

Considero que la terapia de juego, es una herramienta muy poderosa, para acompañar a los menores que han sido víctimas de cualquier delito, ya que es la manera en que ellos pueden expresar como están viviendo su propia experiencia. Como adultos creemos saber todo por lo que pasa el niño y decimos o pensamos que está bien, que es normal que se la pase viendo televisión, comiendo más de lo normal, que tenga pesadillas, etc., sin embargo son señales claras de que el menor no se encuentra bien y necesita ayuda.

A los mismos niños ya se les ha introyectado que deben de ser fuertes y a las niñas que son frágiles y que pueden mostrar sus emociones, sin embargo debemos comprender que son seres humanos y que por lo tanto sienten y sufren su experiencia, solo que como adultos debemos aprender a escucharlos, ya que si bien es cierto que los menores son directos, también es cierto que aprenden a actuar como lo hace papá o mamá y así ocultar que es lo que están pasando.

Los niños empiezan a escribir su propia historia, sin embargo en este punto en el que son víctimas del delito, su infancia se ve quebrantada, por lo tanto es necesario ayudarles a reescribir su historia, mediante la re significación de lo que vivieron, que puede ser vivida a través del juego, del arte, de los colores, esto a través de una experiencia de acompañamiento.

Referencia bibliográfica

ADIMA. (1993). Guía de atención al maltrato infantil en Andalucía. Sevilla: ADIMA.

Arruabarrena, M. I. (1996). Evaluación y tratamiento familiar. En J. de Paúl y M. I. Arruabarrena (Eds.), Manual de protección infantil .Barcelona: MASSON.

No Me Pidan!

¡Un grito desgarrado lacera mi garganta!

¡Mis ojos no dan crédito a tan tremendo horror!

Como un ácido ardiente se vierte en mis entrañas,

y en mi amor por la paz… se subleva el rencor.

 

¡No pidan que perdone!…¡No puedo perdonar!

Al que desata su odio, su trauma o frustración

en cuerpecitos frágiles de niños que no entienden

y ni siquiera saben… cuál ha sido su error.

 

¿Qué alienación masiva se está dando en el mundo?

¿Qué vómito infernal en su alma se gestó?

Si en tanto simples bestias se inmolan por sus crías

y las protegen siempre de cualquier agresión…

 

Reflejándose en Cronos, el hombre omnipotente,

ese, que en su jactancia se siente superior,

Devora a sus cachorros con despiadada saña,

o los convierte a veces en castas de dolor.

 

¡Si son ellos, los niños, el milagro supremo!

Su dulzura: ambrosía de nuestro acibarado

y fustigado andar.

Si no fuera por ellos,

carece de sentido la vida que forjamos

en titánica lucha, contra del vendaval.

 

Son, entre las tinieblas aciagas y nefastas

en que todo sucumbe sin razón ni piedad,

el único estandarte, con luz sublime y propia

que en luces de inocencia, nos podría guiar.

 

Por eso, no me pidan que me aplaque y comprenda,

que sopese causales, que entienda la razón.

Pues quien lastima a un niño, física o moralmente.

aún, con mil atenuantes… ¡ No merece perdón!

Autor: Ana María Sanchis

Diplomado en Psicologia Clínica

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