En el presente artículo abordaremos la cuestión de la necesidad del conocimiento de la retórica por parte del psicoterapeuta como una herramienta indispensable en el ejercicio de su actividad.
Comenzaremos hablando de un paralelismo que lo justifica: en el lenguaje cotidiano encontramos formas que corresponden a lenguaje psicoterapéutico y viceversa. Esto nos debería mostrar la necesidad de hallar y definir un nexo entre ambos que nos permitiese abordar al paciente de una mejor manera.
Esta tarea fue hecha ya en la religión: el sacerdote ha usado el lenguaje cotidiano como una vía para establecer un contacto más cercano y efectivo con el creyente, enlazando lo sagrado y la cotidianidad de una manera más sencilla.
Habría pues que copiar el proceder, pues el manejo del lenguaje es en primera instancia un saber práctico personal que no se da simplemente por pertenecer a una cultura o a un grupo lingüístico específico, sino que supone una adquisición casi artesanal por parte de quien llega a poseerlo. Y por ello, saberlo es compartirlo, en diferentes tareas y con mayor o menor grado de destreza.
Esto lo sabía ya en la Grecia Clásica Antifonte (De Crescenzo, 2006), quien puso lo que llamó una tienda de consuelos. En ella probablemente lo que se vendía eran razonamientos, que permitían a las personas sobrellevar las penas cotidianas como la muerte, la falta de libertad, la traición, el remordimiento y muchas otras. Antifonte fue así el primer psicoterapeuta. Esta idea de que la función del filósofo es ser un médico del alma está sobreentendida en muchos filósofos postsocráticos, especialmente en los estoicos (Szasz, 1996).
El concepto se remonta a Platón, quien reconoce el poder de la palabra en la cura. Pero también de Platón proviene el desprestigio de los sofistas y la retórica, error que consiste en pensar que por el hecho haber sido usada por los sofistas para propósitos mundanos, es condenable.
Pero entonces ¿qué retórica deberíamos rescatar? La retórica se ha movido siempre entre la argumentación y la ornamentación, y ambas funciones van juntas si es que se quiere tener un efecto persuasivo potente. Pues no se trata de meros trucos argumentativos: “… quien efectivamente se apoya en el poder de los buenos argumentos, produce asentimiento, convenciendo. En cambio, produce asentimiento, seduciendo, quien sólo se respaldan los argumentos que le convienen, sean éstos buenos, regulares o malos, sean pseudo-buenos argumentos o falacias, es decir, argumentos malos que parecen buenos.” (Beristáin y Beuchot, 2000)
Pues la retórica se aplica en aquello en lo que no estamos de acuerdo pero que podemos llegar a estarlo. Así pues no se trata de una demostración tanto como de una argumentación con propósitos persuasivos. Y persuadir es lo que hace, en primera instancia, el psicoterapeuta. De aquí procede la importancia de que sea hábil en el manejo de la palabra.
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El lenguaje es una herramienta cultural tal como lo señalaba Vygotsky y por lo mismo es necesario manejarlo de un modo socialmente efectivo para poder integrarnos, en este caso como psicoterapeutas al medio en el que nos movemos.
Este anclaje es el que nos permitirá comunicarnos con el paciente y llegar en un momento dado mediante el intercambio retórico, a la negociación de los significados. Pues “… el significado de un símbolo entonces no es una propiedad intrínseca ni es un producto de la naturaleza sino que emerge como resultado de un acto interpretativo…” (Medina Liberty, 2007). En dicha negociación no podemos simplemente descalificar la argumentación del paciente y decir que ya tiene sus respuestas, sino que en un momento dado va a ser necesario deconstruir esas respuestas, analizarlas y en su caso refutarlas.
Pues la persuasión no se consigue siempre mediante argumentos racionales, sino que a veces se recurre a la seducción, llevada a cabo mediante la belleza del lenguaje y el uso puntual de las palabras, siempre con un fin predeterminado. Para ello no basta con el saber psicoterapéutico y tenemos que recurrir a lo que funciona: es decir, a la retórica.
La retórica incluso es necesaria previa al diálogo puesto que para que ésta se dé tenemos que conseguir que se dé, así como de que se parta de ciertas bases. Porque la psicoterapia es siempre un diálogo con el otro o con uno mismo en ese desdoblamiento reflexivo a partir del cual se da la anagnórisis y en algún momento el avance, si es que no la cura.
La retórica como técnica de persuasión se va a usar de dos maneras: a veces aplicada al contenido, por ejemplo cuando alguien se convence de que el psicoanálisis como interpretación tiene validez o bien como una persuasión con respecto a la actividad a realizar durante la psicoterapia.
Así, nos encontramos que todas las psicoterapias están mediadas por un lenguaje e incluso en las más vivenciales, como el psicodrama hablamos para dar las instrucciones, para convencer de que se realice el ejercicio y aunque no sea el centro de la actividad psicoterapéutica en este último caso, tiene sin embargo un gran peso como instrumento de trabajo. Por ejemplo siempre se pide al paciente que dé su interpretación de aquello que está ejecutando, de lo contrario simplemente sería una repetición muda y aunque podría tener un valor catártico difícilmente se avanzaría nada más con la repetición del acontecimiento.
Tampoco se salva la terapia racional emotivo conductual, en tanto que depende en algún momento de los razonamientos y su corrección o incorrección para llegar a buen puerto. Esto se evidencia de manera muy clara a la hora de abordar el tema de los razonamientos falaces que llevan al paciente, por ejemplo en una situación de trastorno obsesivo compulsivo, a realizar rituales que no están encaminados a un propósito real material, sino al de atenuar la ansiedad generada en algún otro sitio.
Pero se trata pues no sólo de convencer al paciente, sino de acercarnos a sus modos de comunicación y a partir de ellos llevar a cabo dicho convencimiento. De la misma manera que aprendemos un idioma y lo traducimos, tendríamos que ser capaces de utilizar el lenguaje ordinario y no especializado para obtener efectos en personas que estén en tratamiento.
Algunos de los temas que de manera muy obvia podrían servirnos en la psicoterapia y que son de hecho ya recurrentes en el arsenal (valga la metáfora) del psicólogo son:
Metáfora
Analogía
Lugares comunes
Macro operaciones discursivas cómo son una ración descripción argumentación y demostración
Falacias
Modos de la argumentación
Usos de lenguaje
Sin embargo, todos los anteriores no son más que ejemplos de un muy extenso catálogo de recursos que si se utilizaran de manera consciente permitirían un desarrollo de la terapia expedito y quizá también mucho más efectivo.
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Mediante el lenguaje nos conocemos y conocemos al otro, en lo que cabe. Por ello, descalificar el lenguaje retórico o las ventajas de su utilización en la psicoterapia corre el riesgo de pensar que el lenguaje especializado del psicoterapeuta, con todas sus limitaciones, sería el lenguaje del mundo.
¿Qué es entonces lo que proponemos? Lo que proponemos es que el psicoterapeuta conozca los recursos retóricos que le permitan no sólo comunicarse, sino efectuar esa labor de convencimiento hacia el paciente que finalmente es lo que se realiza, más allá de la utopía de una relación humana más cercana o el manejo conductista de cuerpos mediante leyes casi físicas.
El carácter emocional de la retórica, tanto por parte de quien emite como de quien recibe, debe ser considerado más bien algo positivo. Su descalificación como una técnica falaz e inmoral no es acertada. El aspecto moral del uso del lenguaje tiene que ver más con los fines que con el instrumento utilizado y en ese sentido, la retórica no debe condenarse a la manera en que lo hicieron Sócrates y luego Platón, sino que más bien debe considerarse en su eficacia y utilidad.
Pues finalmente, la retórica es una actividad humana, humanista y humanizante, y en ese sentido ni degrada ni se utiliza al paciente.
REFERENCIAS
Beristáin, Helena y M. Beuchot (2000). Filosofía, retórica e interpretación. México: UNAM, 89.
De Crescenzo, Luciano (1995) Historia de la filosofía griega I. Barcelona: Editorial Seix Barral, 88.
Medina Liberty, Adrián (2007). Pensamiento y lenguaje. México: McGraw-Hill Interamericana, 131.
Szasz, Thomas (1996). El mito de la psicoterapia. México: Ediciones Coyoacán, 42.
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