Como bien sabemos, en el país tenemos un problema grave de obesidad, lo cual se dejó ver ahora con la pandemia, ya que dentro del personal vulnerable entraban las personas con obesidad.

El otro día, en la fila para la vacuna contra el COVID-19, a mi padre le hicieron entrega por parte del personal de salud, una pequeña historieta a cerca de la obesidad, pero con un enfoque más hacia lo comercial; a que me refiero con esto, qué ahora todos los productos tienen su etiqueta de riesgo a la salud mostrando el alto índice de azúcares, conservadores, sal, etc. Y que, si seguías consumiendo esos productos además de poder padecer obesidad, hacías a los dueños de esos productos más ricos.   Con esta reflexión y sus propuestas para eliminar la obesidad como no vender comida chatarra a los niños, eliminar los personajes de los productos, dando clases de nutrición en las escuelas, el gobierno cree que se dejará de consumir estos productos y la población dejará de padecer obesidad; cuando la realidad va más allá de todo esto tan superficial.

Estoy de acuerdo que biológicamente hay enfermedades que te hacen padecer obesidad; pero, ¿Qué pasa con la mayoría de los casos?   Por lo regular cuando padecemos algún problema de alimentación pensamos inmediatamente en ir al nutriólogo, ya sea porque quiero bajar de peso para verme bien, porque quiero entrar en el vestido para la fiesta esperada, porque me voy a ir a la playa, porque mi familiar está obeso (a) y lo quiero “ayudar”.   En algunos casos, funciona el tratamiento, bajamos de peso y somos muy felices; pero, por otro lado, están las personas que bajan y posterior viene el llamado “rebote”, los que van saltando de nutriólogo en nutriólogo porque ningún tratamiento funciona, los que creen que los estafaron porque en vez de bajar subieron, etc.   Para estos casos ¿Qué pasa, si hay algo más allá que no me deja bajar; que tal y soy yo mismo quién me pongo esas trabas o hasta el mismo entorno?

Pongamos algunos ejemplos: Tenemos a la persona que quiere bajar de peso para no perder a su pareja porque piensa que está con alguien más, pero, cuando esos pensamientos le vienen a la mente, es cuando comienza con un atracón para saciar ese sentimiento de inseguridad, porque en su infancia su mamá le hacía galletas de chocolate cuando estaba triste o tenía algún problema.

La persona que quiere bajar de peso, pero no puede y empiezan los rebotes, pero su entorno no lo deja, porque la persona significativa para ella (padres, pareja, hijos o amigos) al momento de dar la noticia de que ha bajado de peso, la otra persona llega con un delicioso postre, hace su cena favorita; y cómo negarse, pero esa persona significativa lo hace por miedo a perderla, en su pensamiento puede ser “ya bajo de peso, la/lo voy a perder, no puede ser mejor que yo, aunque sea en esto”.

“Dr.-Le traigo a mi hijo (a), a mi pareja, a mis padres, porque me preocupa su salud ya que están gorditos” … ¿realmente es esto? ¿O es porque siento aberración hacia la gente con sobrepeso?

Y si, ¿en el fondo no quiero bajar de peso porque así aumenta la probabilidad de llegar a tener intimidad con alguien y me da miedo?

y más ejemplos por mencionar, pero lo importante aquí es; que si se llega a buscar un tratamiento para personas que padezcan obesidad, también debe de incluirse la parte psicológica, ya que no sólo se trata de comer comida chatarra, hacer dietas y ejercicio, sino que también hay muchas cosas en nuestra psique que no hemos cerrado y que tal vez eso sea lo que nos detenga; hay que hacer un trabajo multidisciplinario trabajando cada quién en su campo; el nutriólogo en la parte de educación alimenticia, psicólogo con la psique y el paciente con su vida.