Al consultorio de psiquiatría, a veces llegan algunos padres que solicitan la atención por motivos inusuales -o al menos, que son menos comunes. Uno de éstos, se relaciona con la preocupación sentida porque su hijo pudiera ser gay. Aunque la preferencia sexual en sí misma no constituye propiamente un problema de salud mental, la fuente de la angustia de estos padres generalmente tiene otro origen. Se dice que, en la sociedad moderna, los estereotipos de género tradicionales se han vuelto más flexibles, y tanto hombres como mujeres se desempeñan en actividades que en el pasado eran consideradas como exclusivas de alguno de los géneros.

Se ha señalado que los rígidos conceptos de “masculinidad” y “feminidad” han dado paso a una mayor diversidad y apertura. A pesar de ello, sociedades tradicionales como la de nuestro país aún conservan en gran medida la visión tradicional de la separación de géneros y cuando una persona se desvía de ésta, a menudo puede ser objeto de burlas, estigmatizada e incluso, segregada. Y es natural que cuando se trata de un niño, los padres pongan todos sus esfuerzos en evitar el sufrimiento su hijo, induciéndolo a abandonar gustos, intereses, juegos o conductas que pudiesen considerar inapropiadas o que pudiesen dar pie al rechazo o provocarles algún tipo de daño o angustia. Y aunque la motivación y las intenciones son buenas, a menudo estas acciones se traducen en la aparición de sentimientos de vergüenza, tristeza o inadecuación en los pequeños. 

En un gran parte de estos casos, todas estas situaciones se relacionan con el proceso normal de desarrollo del infante y el camino hacia la integración de una identidad de género. Aquí es donde valdría la pena mencionar algunos conceptos. En primer lugar, hablamos de sexo cuando nos referimos a las características físicas y biológicas que nos definen como hombre, mujer – o intersexo –. Éste está determinado por factores que incluyen hormonas, cromosomas, y órganos reproductivos (internos y externos).

El término “género” alude a un estatus psicológico que incluye actitudes, sentimientos y conductas que la cultura asocia con el hecho de ser hombre o mujer. La «identidad de género» se refiere al sentimiento que las personas tienen de quiénes son (a qué género pertenecen), y el cual está dado por la combinación de rasgos biológicos, las influencias del desarrollo y las condiciones del ambiente en el que se desenvuelven. Cuando nace un bebé, los padres (o los cuidadores) le asignan un género (masculino, femenino o neutro) según sus características físicas (sexo). Pero el niño, a lo largo de su desarrollo, irá integrando paulatinamente, una consciencia de su género, y construirá a partir de ésta, una identidad de género. ¿Cómo es que ésta se desarrolla? La identidad de género se forma por etapas. Alrededor de los dos años, los niños van adquiriendo la conciencia de la existencia de diferencias físicas entre los hombres y las mujeres. A los tres años, ya se identifican a sí mismos como hombres o como mujeres y a los cuatro, ya hay una consciencia estable de la pertenencia a uno de estos géneros.

Este proceso se va dando también mediante el aprendizaje de conductas que los mismos padres y la sociedad les van enseñando como “propios de niños o niñas”, es decir, según su rol de género. Los niños expresan esta identidad, mediante el tipo de juguetes y juegos que eligen; en sus modos y modales, gestos físicos, en su forma de hablar, de vestirse o de peinarse. También lo hacen mediante el nombre por el que les gusta ser llamados, así como a través de la conducta social (con una expresión variable de atributos que clásicamente se considera como masculinos o femeninos como la agresividad, delicadeza, independencia, sumisión, etc.) y el tipo de relaciones sociales que escogen, el tipo o género de sus amigos con quien prefieren realizar actividades e incluso quiénes son su modelo a seguir o imitar. No obstante, algunos niños, como parte de su desarrollo normal, pueden explorar o mostrar conductas características de uno u otro género, sin que esto afecte o modifique la futura identidad de género. Es por eso que debe permitírsele al menor la oportunidad de explorar toda una gama de juegos y roles de género, para una construcción estable de la identidad, pues en la medida que el niño se sienta amado y (en contraposición a castigado, rechazado o culpabilizarlo por expresarse de tal o cual manera) es que irá desarrollándose con seguridad y confianza en sí mismo. Y es que, a pesar de las preocupaciones o los intentos vehementes de los padres por modificar o encaminar al niño hacia la expresión o evitación de ciertas conductas (por considerarlas inapropiadas o incorrectas), sólo se estaría interfiriendo con un proceso natural de desarrollo, además de que resulta muy difícil cambiar la identidad de género, una vez que ésta se va consolidando. Independientemente de su identidad de género, cada niño es distinto y aunque su conducta o modo de ser o expresarse no siempre coincida con las expectativas o la de su familia, no por eso es menos valioso o tendrá menores posibilidades de tener un desarrollo integral como individuo. Así pues, en vez de presionarlos o limitarlos, mantengamos una buena comunicación con nuestros hijos y permitámosles sentirse cómodos y seguros con lo que ellos decidan ser.

Bibliografía

1. Rafferty J. (2018). El desarrollo de la identidad de género en los niños. Recuperado de:

https://www.healthychildren.org/Spanish/ages-tages/gradeschool/Paginas/gender-identity-and-gender-confusion-in-children.aspx

2. American Psychological Association. (2012). Guidelines for psychological practice with lesbian, gay, and bisexual clients. The American Psychologist, 67(1), 10.