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Iniciación del lenguaje en niños ciegos

UN ENFOQUE PREVENTIVO

Mercè Leonhardt

Francesc Cantavella

Remei Tarragó

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Mercè Leonhardt, Francesc Cantavella y Remei Tarragó

Espontáneamente tendemos a suponer que un niño sordo encontrará grandes dificultades para comunicarse con los demás y concretamente para la adquisición de un lenguaje verbal mientras que un niño ciego con una capacidad auditiva intacta no encontrará problemas en este camino. Pero, aunque el contraste entre las dos situaciones es evidente, no es cierto sin embargo, que el niño ciego no encuentre dificultades para entrar en comunicación con los que le rodean y desarrollarse así normalmente. Éste es precisamente el tema de este libro en el que dos reputados especialistas han unido sus esfuerzos para reflexionar sobre una cuestión de plena actualidad. Mercè Leonhardt, con una larga experiencia en la atención de niños ciegos como responsable de un equipo de investigación que durante un tiempo han observado y analizado el desarrollo comunicativo de un conjunto de niños afectados de ceguera, y Francesc Cantavella, pediatra y maestro de pediatras, que tantas cosas ha iniciado entre nosotros, y que en el libro presenta en forma clara y profunda las bases del desarrollo de la personalidad y de la comunicación en el bebé. El resultado de esta colaboración junto a su equipo de investigadores, es una obra extremadamente rica que será leída con interés tanto por los que se ocupan de la atención y de la educación de niños ciegos, como por los padres que se encuentran en esta situación. Y, aún me atrevo a decir que, más allá de estos grupos directamente afectados, el libro será leído con interés por todos los que se interesen por las etapas tempranas del desarrollo infantil.

Sin pretender entrar en su contenido y simplemente para poder justificar mi valoración positiva de las conclusiones del libro, me permito recordar que las limitaciones que la ceguera introduce para la adquisición del lenguaje verbal pueden resumirse así:

En primer lugar, y comenzando por lo más básico, es sabido que la adquisición infantil del lenguaje verbal se articula sobre un diálogo gestual previo que el niño ha comenzado ya en las primeras semanas de su vida. Y es en este diálogo gestual que advertimos las primeras y principales limitaciones. El niño ciego no tiene la experiencia del «cruce de las miradas» tan importante para el descubrimiento del interlocutor. Y, más en general, no puede advertir directamente los gestos faciales y corporales de quien se le dirige y no puede tampoco, por tanto, imitar inmediatamente los gestos ajenos.

No se trata, sin embargo, de una limitación absoluta. La experiencia del contacto afectivo, del apego y de la existencia del otro se dan en primer lugar en el contacto táctil y gracias a la movilidad de los órganos táctiles, la movilidad de la mano permite incluso percibir los gestos del otro como ocurre cuando el niño ciego percibe los rasgos y los gestos de la cara de su madre. De manera que la comunicación del niño ciego con los demás, si es adecuadamente correspondido, puede ser tan rica y tan satisfactoria como la de un niño vidente.

Cuando la comunicación deja de ser exclusivamente afectiva para convertirse en un conocimiento compartido del mundo circundante, entre los primeros puntos de referencia de los mensajes emitidos están las dimensiones espaciales: aquí, allá, esto, aquello, cerca, lejos… unas dimensiones que el niño vidente percibe visualmente. Y algunas de las primeras adquisiciones verbales están relacionadas con estas dimensiones.

Pero no se trata de una limitación absoluta. Es cierto que desde muy pronto en nuestra vida la organización espacial de la experiencia se apoya en un espacio visual, pero originariamente las dimensiones espaciales se adquieren básicamente por el tacto y en el movimiento y, aunque el percibirlas visualmente representa una gran comodidad, la referencia visual no es imprescindible.

En tercer lugar y cuando el niño llega ya a la etapa verbal el gesto indicativo de la mano, con el dedo índice extendido, juega un papel de primer orden dirigiendo la mirada del niño en la dirección del objeto que se nombra. En la denominación se descubren algunas de las características básicas del lenguaje, que la palabra significa algo distinto de ella misma y, a la inversa, que todas las cosas pueden ser nombradas. Y el niño ciego no advierte los gestos indicativos. Pero la limitación sólo es relativa, si el gesto indicativo puede facilitar el descubrimiento de la denominación de hecho para este descubrimiento basta con el contacto físico, como ocurre cuando al niño ciego se le propone que coja un objeto o que lo recorra con la mano al mismo tiempo que se pronuncia su nombre. En una página célebre de su autobiografía Hellen Keller, ciega y sordomuda, cuenta como una mañana de verano su maestra le puso la mano al chorro fresco de una fuente al mismo tiempo que en la otra mano le trazaba unos rasgos y ella descubrió que aquellos rasgos significaban agua. Y, no sólo esto, sino que en el camino de vuelta a casa iba tocando cosas y reclamando saber su nombre. Y aquella noche no pudo dormir de tanta excitación y a partir de aquel momento sus aprendizajes lingüísticos fueron rapidísimos.

En resumen que los elementos fundamentales para el establecimiento de un sistema de comunicación son de orden táctil y cinético y, por ello, en esta adquisición la falta de datos ópticos puede representar un obstáculo, pero un obstáculo superable. E incluso debe añadirse que el niño falto de visión concentra su atención en sus sensaciones táctiles y cinestésicas de tal modo que puede hablarse de una supra-sensibilidad dirigida a compensar la falta de otros datos.

Más adelante y cuando el niño se ha introducido ya en el lenguaje verbal, resulta evidente que el enriquecimiento de su vocabulario y la complejidad de su gramática dependen de la riqueza y la abundancia de sus experiencias. Y el niño ciego precisamente por su falta de visión tiene una experiencia más limitada que otros en ciertas dimensiones. Pero también esta limitación es compensable, pues a partir de cierto nivel de competencia verbal, el significado de las palabras se aprende a partir de otras palabras y el niño ciego intenta suplir la falta de información visual por medio de la información verbal, lo que le lleva incluso a un sobre-ejercicio verbal.

De lo dicho se puede deducir que el niño ciego no tiene prácticamente, limitaciones importantes para adquirir el lenguaje verbal. Pero a condición de hacer una reserva en la que el libro con razón insiste y que es, quizás, el punto más destacable y de mayor trascendencia práctica. Los padres de un niño vidente no necesitan hacer ningún esfuerzo especial para interpretar sus gestos y comunicarse con él, ni necesitan ningún entrenamiento especial para comunicarse verbalmente con él y en esta comunicación enseñarle así a hablar. Pero en el caso del hijo ciego esta aptitud ya no funciona expontáneamente. He dicho que el niño ciego no hace la experiencia del cruce de las miradas, pero esto significa que tampoco su madre puede cruzar la mirada con él y por ello nunca está segura de la atención que éste le presta. Y he dicho que el niño no puede imitar expontáneamente los gestos del interlocutor al que no ve, lo cual quiere decir que para los demás su cara y sus gestos resultan poco expresivos y difíciles de interpretar. Pero esto quiere decir, además y sobretodo, que sus padres deberán aprender a leer su manera de expresar sus emociones, que es tan rica y delicada como la de cualquier otro niño.

Un aprendizaje por parte de los padres y de los que están en contacto con el niño exige una gran atención y, por supuesto, cariño. Y un aprendizaje que estará complicado por la repercusión que el descubrimiento de la ceguera del hijo ha tenido sobre sus padres, una repercusión que en cada caso será distinta. Pero un aprendizaje que es imprescindible para que el niño se desarrolle como una persona equilibrada.

Digamos, en resumen, que el libro es, a la vez, un mensaje optimista y una llamada de atención. Un mensaje optimista porque deja claro que el niño ciego no sólo puede alcanzar un desarrollo verbal plenamente satisfactorio, sino también una integración personal y social igualmente satisfactoria. Y un toque de atención porque esto sólo puede lograrse si el niño ciego recibe en su primera infancia un cuidado adecuado a sus necesidades de comunicación.

Miquel Siguan

Profesor Emérito de la Universidad de Barcelona

Director Honorífico del Instituto de Ciencias de la Educación.

División de Ciencias de la Educación. Universidad de Barcelona.

Diplomado en Terapia Infantil [On-line]

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