Entender a la familia para sanar: El pensamiento sistémico y el rol del terapeuta

 

Por Isabel Victoria Ferguson Martínez

Por Isabel Victoria Ferguson Martínez

Durante mucho tiempo, la psicología vio los problemas mentales como cuestiones individuales: si una persona actuaba de cierta manera, la solución era explorar su mente, sus pensamientos y emociones. La terapia era una conversación de uno a uno, donde el terapeuta era la figura que “arreglaba” al paciente. Pero ¿qué pasa si en realidad no estamos solos en nuestro dolor? ¿Qué pasa si nuestra forma de sentir y actuar está profundamente ligada a las personas que nos rodean?

 

Así nació el pensamiento sistémico, una forma de entender al ser humano como parte de un entramado mayor: su familia, su entorno, su historia. Inspirada en la Teoría General de los Sistemas de Ludwig von Bertalanffy, esta perspectiva nos recuerda que “el todo es más que la suma de sus partes” (Hoffman, 1981).

 

Uno de los grandes saltos en esta forma de ver la salud mental llegó con los estudios sobre la esquizofrenia. Investigadores notaron que no bastaba con observar a la persona afectada: había que analizar también cómo su familia se comunicaba, resolvía conflictos y transmitía afecto o presión. Así surgieron conceptos clave como la circularidad —donde no existe un solo culpable, sino que todos los miembros de un sistema se afectan entre sí— y la importancia del contexto para entender cualquier síntoma (Hoffman, 1981).

 

Gregory Bateson, una figura fundamental en este campo, propuso la famosa teoría del doble vínculo: esos mensajes contradictorios que una persona recibe de su entorno (como “te amo” pero “no acepto quién eres”) pueden ser tan desconcertantes que acaban generando trastornos mentales (Rosaldo, 2021). Bateson también conectó la terapia con la cibernética, mostrando que las familias tienden a buscar un equilibrio constante, aunque a veces los medios que utilizan para lograrlo puedan ser dañinos.

 

Por su parte, Murray Bowen profundizó en la diferenciación del self, señalando que entre más fusionados estén los miembros de una familia —es decir, menos capaces sean de pensar y actuar de forma independiente—, mayores son las probabilidades de que surjan problemas emocionales (Hoffman, 1981).

 

Frente a esta complejidad, el rol del terapeuta también se transforma. Ya no es el “experto” que dicta soluciones desde afuera. En el pensamiento sistémico, el terapeuta es un agente de cambio dentro del sistema, observando las interacciones, buscando puntos de fuerza y movimiento, y proponiendo pequeños cambios que, como piezas de dominó, puedan transformar todo el sistema familiar (Rosaldo, 2021).

 

Un terapeuta sistémico sabe que no basta con escuchar las palabras: debe leer también el lenguaje no verbal, detectar los patrones invisibles y entender cómo su propia presencia modifica la dinámica familiar. Además, sabe que el objetivo no es culpar ni exhibir errores, sino encontrar los recursos positivos que existen dentro del sistema para fomentar la sanación.

 

Entender a una persona sin considerar su sistema familiar es como tratar de entender una melodía escuchando solo una nota. El pensamiento sistémico nos enseña que el cambio duradero no sucede en el aislamiento, sino en el tejido vivo de nuestras relaciones.

 

El abordar la salud mental desde una mirada sistémica es reconocer que todos estamos profundamente entrelazados, que nuestras heridas y también nuestras posibilidades de sanar se tejen en comunidad. Y que, a veces, para ayudar a alguien a encontrarse, primero debemos ayudarle a entender el mapa de relaciones que le dio forma.

 

Referencias:

Hoffman, L. (1981). Fundamentos de la terapia familiar: un marco conceptual para el cambio de sistemas. México: Fondo de Cultura Económica.

 

Rosaldo, J. (2021). Presentación de modelos de intervención para los trastornos alimentarios. Diplomado en Modelos de Intervención para los trastornos Alimentarios. Universidad Intercontinental.

Diplomado en terapia infantil

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