¡Mis alumnos no se saben las tablas de multiplicar!, ¡A mi hijo le cuesta trabajo poner atención!, ¡Su grupo no avanza maestra!, ¡Estas nuevas generaciones no saben resolver situaciones!

¿Te parecen familiares estas expresiones? Existen diversas aseveraciones que hacen referencia a los estudiantes y a la forma en que se desempeñan, o más bien, a las calificaciones que obtienen en su boleta. Y es cuando surge una nueva pregunta: ¿Por qué hay tantos estudiantes que presentan problemas en el aprendizaje?

            Lo primero que debemos tomar en cuenta todas las personas que estamos involucradas con el desarrollo de los niños, es precisamente eso: el desarrollo del niño. Como profesionales de la educación tenemos la obligación de conocer e identificar cada una de las etapas evolutivas que tenemos como seres humanos, para respetar el ritmo y la maduración orgánica de cada persona.

            Las escuelas cometen el error de acelerar los aprendizajes de los alumnos, creyendo que la cantidad de contenidos  será la forma idónea para que ellos se desenvuelvan, confundiendo a los padres de familia acerca de lo que deben recibir sus hijos en los primeros años de escuela generando una saturación de actividades, lo cual,  puede llegar a tener consecuencias graves en los niños, por ejemplo: gastritis, colitis, ansiedad, angustia, estrés, baja autoestima y podría seguir  enumerando muchos más. ¿Cuántos de estos alumnos llegan a la deserción escolar o a estudiar profesiones que no les satisfacen?, lo que lleva a su vez, a tener vidas que no querían, ¿Qué no merecemos ser felices?

            Desde hace muchos años, tanto psicólogos como pedagogos, han hecho alusión al respeto del niño, respeto a cada una de sus etapas, a sus necesidades. Piaget, Ausubel, Montessori, Dewey y Makárenko, por mencionar algunos, han realizado grandes aportaciones a la educación. El programa educativo de nuestro país tiene las bases teóricas sustentadas con los modelos pedagógicos que han desarrollado dichos autores, sin embargo, en el momento de llevarlo a un espacio áulico los resultados son completamente diferentes a lo que se espera.

            Cuando a un alumno se le trata con respeto, los resultados serán significativos. Y no nada más se trata de respetarlo al no gritarle o no golpearlo como se hacía antes, bajo el lema: “La letra con sangre entra”. Debemos hacer una reflexión de nuestra práctica, donde generemos programas que cumplan con el propósito fundamental de la educación: La formación de seres humanos integrales que logren el pleno desarrollo de sus habilidades y capacidades para poder desenvolverse en una sociedad. Se tiene claridad en los propósitos de la educación, el obstáculo se encuentra en la forma de llevarlo a cabo. 

            La primera infancia, la cual abarca desde el nacimiento hasta los 8 años de vida, es sumamente fundamental en los seres humanos, ya que es cuando se establecen y forman las habilidades, tanto motoras, lingüísticas, cognitivas y socioemocionales que forman los cimientos para lograr aprendizajes significativos a lo largo de nuestra vida.

            Debemos permitir que los niños simplemente vivan su infancia, que jueguen e interactúen, pero sin perder de vista que son seres humanos en desarrollo, y no “adultos chiquitos”. Tienen intereses y necesidades totalmente distintas a nosotros, a quienes parece que se nos olvida cuando vivimos esta etapa.

            Si los adultos permitimos que los niños formen parte de la construcción de su propio conocimiento, ellos serán los que estén dispuestos a aprender y no tendrán que ser sometidos para aprender. Realmente si enfocamos nuestra atención al pleno desarrollo de sus habilidades básicas, muchos de los problemas que surgen a partir de la educación primaria e incluso antes, podrían evitarse.

            Es sorprendente escuchar a padres de familia y maestros, quejarse de que un niño que va al jardín de niños (otra incongruencia donde los jardines de niños ya no tienen jardín), tiene problemas de aprendizaje ya que no adquiere la lectoescritura o no se queda sentado haciendo sus planas, cuando a esta edad los niños necesitan movimiento para conocerse a sí mismos y reconocer a los demás.

            Vivimos en una sociedad que vive de prisa, prisa por llegar a un lugar, prisa para que los niños caminen, prisa para que los niños hablen, prisa para que lean, prisa para que escriban y una vez que lo hacen les impedimos que lo disfruten: “cállate”, “siéntate”, “bórralo”, etc. Y se deja de lado el desarrollo de competencias para la vida como hablar en público, saber expresar lo que se siente, explicar una situación y, sobre todo, darle una solución a través de la toma de decisiones.   

Es imprescindible informar a la población acerca de la importancia de la primera infancia y las consecuencias que podrían existir cuando no hay un respeto por la misma.

Tenemos un arduo camino por delante para la formación de generaciones en donde cada una de las personas esté comprometida con sí misma y con los demás, logrando un bienestar en todos los ámbitos de su vida. Y vuelvo a hacer la pregunta ¿Qué no merecemos ser felices?