La alimentación es una función vital que no solo cumple con fines nutricionales, sino que también tiene implicaciones en el desarrollo sensorial, social y emocional. En los niños con Trastorno del Espectro Autista (TEA), esta función puede estar comprometida por diversas razones, como la selectividad alimentaria, hipersensibilidades sensoriales o dificultades en la comunicación. Comprender los factores que intervienen en las dificultades alimenticias de estos niños permite establecer estrategias de intervención desde distintos enfoques: terapéutico, educativo y familiar.
Diversos estudios reportan que entre el 46% y el 89% de los niños con TEA presentan alteraciones en su alimentación (Cermak et al., 2010). Las dificultades más comunes incluyen la selectividad alimentaria, que se manifiesta en la preferencia por ciertos tipos de alimentos con características específicas de color, textura o temperatura. También son frecuentes las rutinas alimentarias rígidas, la resistencia a probar nuevos alimentos (neofobia alimentaria) y las alteraciones en la masticación o deglución.
Estas alteraciones pueden estar relacionadas con trastornos sensoriales, ya que muchos niños con TEA presentan hipersensibilidad o hiposensibilidad a estímulos táctiles, olfativos o gustativos. Asimismo, la ansiedad, las dificultades en la comunicación y los problemas gastrointestinales pueden agravar estas conductas.
Desde el ámbito educativo y terapéutico, es fundamental abordar la alimentación de manera interdisciplinaria. Los maestros de educación especial, terapeutas del lenguaje, terapeutas ocupacionales y nutricionistas pueden colaborar para establecer programas individualizados que promuevan una alimentación más variada y saludable.
En el contexto escolar, es importante que los docentes comprendan las particularidades alimenticias de los estudiantes con TEA. Por ejemplo, permitir cierta flexibilidad en el horario de comidas, adaptar los espacios para reducir estímulos sensoriales y fomentar la socialización progresiva durante la hora del almuerzo son prácticas que pueden facilitar la inclusión.
Los programas de intervención basados en análisis conductual aplicado (ABA, por sus siglas en inglés) han mostrado eficacia en el tratamiento de la selectividad alimentaria, mediante técnicas como el reforzamiento positivo, el modelado y la exposición gradual a nuevos alimentos (Sharp et al., 2010). También se ha demostrado que las intervenciones sensoriales, como las integraciones sensoriales dirigidas por terapeutas ocupacionales, pueden reducir la aversión a ciertas texturas y mejorar la tolerancia alimentaria.
El papel de la familia es central en el desarrollo de hábitos alimentarios. Es necesario orientar a los cuidadores para que comprendan las causas subyacentes de la selectividad alimentaria y eviten prácticas coercitivas. El establecimiento de rutinas flexibles, el uso de apoyos visuales y la participación del niño en la preparación de los alimentos son estrategias recomendadas.
También es relevante promover una visión comprensiva del acto alimenticio, evitando la presión y favoreciendo experiencias positivas. Incluir al niño en la elección de alimentos dentro de opciones saludables puede fortalecer su autonomía y autoestima.
La alimentación en niños con autismo es un tema complejo que requiere ser atendido con sensibilidad y conocimiento. La intervención educativa y terapéutica, en conjunto con la familia, puede marcar una diferencia significativa en la calidad de vida del niño. Comprender que las dificultades alimenticias no son caprichos, sino respuestas a condiciones neurológicas y sensoriales, es el primer paso hacia una atención respetuosa y efectiva.
Cermak, S. A., Curtin, C., & Bandini, L. G. (2010). Food selectivity and sensory sensitivity in children with autism spectrum disorders. *Journal of the American Dietetic Association*, 110(2), 238–246. https://doi.org/10.1016/j.jada.2009.10.032
Sharp, W. G., Jaquess, D. L., Morton, J. F., & Herzinger, C. V. (2010). Pediatric feeding disorders: A multidimensional and transdisciplinary approach. *Journal of Pediatric Psychology*, 35(5), 509–517. https://doi.org/10.1093/jpepsy/jsp108
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