El juguete como objeto transicional

El juguete como objeto transicional

Silvia Aldara Flores Hernández

Comprender el significado de un juguete determinado conlleva a dar cuenta de toda la civilización a la que pertenece, pues remite a la concepción que esta tiene de lo que es su parte lúdica, así como de sus expectativas sobre el comportamiento que sus niños deben tener durante su infancia a partir de su interacción con el objeto que se denomina así.

Pero, como advierte Pierre-Noël Denieul: “[…] más allá del simple objeto lúdico, “significa” una práctica social y nos informa sobre la organización ideológica, cultural, mental, de nuestras sociedades industriales”. (Denieul, 7).

Y en contra de la visión difundida por el consumismo contemporáneo, los niños no siempre buscan los juguetes más elaborados o vistosos como los compañeros más apreciados en sus juegos.

De hecho, de acuerdo con la teoría de D.W. Winnicott, a partir de los 3 o 4 meses todos los niños escogen algo como juguete esencial para su vida, al que Winnicott denomina “objeto transicional”. Esta denominación remite a la transición que sucede cuando el niño se percata de algo diferente a su propio yo (un “No-Yo”, en términos de Winnicott) que es el pecho materno, pero que posteriormente irá perdiendo significación al ser suplido por todo el resto de la realidad conforme el bebé pueda experimentar una realidad cada vez más compleja con la misma; incluso, hasta llegar al punto de poder conceptualizar dicha realidad, lo que implica la inserción en la vida cultural, tanto para el infante como para el adulto. De ahí la relevancia que en la teoría de Winnicott tienen los mencionados objetos, pues:

Los objetos y fenómenos transicionales pertenecen al reino de la ilusión que constituye la base de iniciación de la experiencia. Esa primera etapa del desarrollo es posibilitada por la capacidad especial de la madre para adaptarse a las necesidades de su hijo, con lo cual le permite forjarse la ilusión de que lo que él cree existe en la realidad.

La zona intermedia de experiencia, no discutida respecto de su pertenencia a una realidad interna o exterior (compartida), constituye la mayor parte de la experiencia del bebé, y se conserva a lo largo de la vida en las intensas experiencias que corresponden a las artes y la religión, a la vida imaginativa y a la labor científica creadora. (Winnicott, 22).

Por lo anterior, el que un juguete se convierta en objeto transicional no se debe a la complejidad y ornamento del artefacto, pues estas características pueden más bien llevar a que el niño se limite a contemplar sus despliegues y los abandone al no poder integrarlos a sus actividades lúdicas. Contrariamente a la preservación, incluso funcional, del juguete como artefacto (más propia del coleccionista), el juguete se asume como objeto transicional cuando el bebe o infante lo puede manipular y trasformar con plena voluntad, y que juegue con él al grado de mutilarlo por el grado de amor que le profesa y que lo acaba con el uso. Como señala Roger Renaud:

En suma, el “buen juguete” no es la luna ni algo inalcanzable. Le basta ser llevado por la corriente de las cosas sensibles y prestarse a una relación fluida e íntima. […. Al niño,] Juguetes simples y flexibles lo satisfacen más. Puesto que es él quien insufla la emoción y la vida, que extrae por lo demás de múltiples solicitaciones. Así, el “buen juguete” es también el que deja al jugador la libertad de elegir entre él y otras fuentes de juego o emoción. (Renaud, 32).

Entonces, se puede afirmar que es irrelevante que el objeto transicional de un niño sea o no un juguete en sentido estricto o previo (es decir, diseñado como tal), pues lo que suele sorprender es que, a pesar de la ocasional abundancia o exceso de juguetes costosos, el interés de un niño vuelve a un objeto transicional carente de valor para la mirada adulta ajena al mundo afectivo del niño.

[… Los juguetes establecidos para tal fin], pueden, ocasional y pasajeramente, incita a un niño a jugar. No se trata de nada original: cualquier otra cosa es capaz de conseguir lo mismo. Lo que es singular, en cambio, es que semejantes objetos, que han sido expresamente concebido para el juego, puedan llegar a congelar hasta tal punto todo deseo de jugar en numerosos niños. (Renaud, 37).

El que objeto transicional coincida con un juguete determinado (una muñeca de peluche o un carrito de madera) es probable que se deba a que el niño opta por convertir en objeto transicional un objeto de su entorno cotidiano y en los primeros meses o años se le rodea (casi forzosamente) de los juguetes que los adultos consideran adecuados, presentándoselos de manera repetida para que los asuma como tales.

Así, el “buen juguete” se sitúa en una red de confluencias. La relación que el niño tiene con él se nutre de una infinidad de azares y episodios, pasa por mil laberintos y constituye ella misma toda una historia. Ocasión fortuita de juego o fuente de una gran pasión, el juguete es entonces más o menos cargado de una riqueza simbólica que no tenía en su origen, pero que conforma en adelante todo su valor. En menos él quien provoca el juego que el amor de este último quien lo transfigura. (Renaud, 32).

Finalmente, podemos partir de que la carga libidinal que persiste en los objetos que las personas conservamos como objetos transicionales de la infancia (o juguetes significativos), permiten que se manifiesten las relaciones existentes en el momento en que se le atribuyó esa carga afectiva al objeto. El comprender hasta qué punto y de qué manera resulta significativo ese objeto preservado desde un momento de la infancia ayuda a abordar el universo afectivo de quien recurre a la terapia, en este caso, del lenguaje.

Bibliografía

Denieul, P. N., “Prefacio: Etnotecnología del juego”, en R. Jaulin, Op. cit., pp. 7-10.

Jaulin, R., Juegos y juguetes, Editorial Siglo XXI, México, 1981.

Renaud, R., “A modo de introducción”, en R. Jaulin, Op. cit., pp. 11-42.

Winnicott, D. W., Realidad y juego, Editorial Gedisa, Barcelona, España, 1993.

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